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31 mar 2009

El Encuentro


Ellos se amaron desde el primer momento de la creación, quizás ni siquiera existían físicamente, pero cualquier pensamiento de aquél Creador sublime se consideraba ya, un hecho. Desde el momento en que el Creador pensara siquiera en la formación de ellos, ya existía esa conexión que los ligaba uno con el otro. A partir de su creación, el gran Músico jamás comparable les proveyó de la melodiosa cadencia en el latir de sus corazones, los cuales tocaban cada uno su propia melodía. Crecieron cada cual en su propio mundo, separados; ninguno sabía concientemente de la existencia del otro, más sin embargo, cada uno se preparaba para su encuentro, el que tendría que ser inminentemente, de alguna u otra forma, perfecto

El día en que se conocieron fué casi como cualquier otro, un día normalmente nublado con un viento suavemente fresco que recorría los rincones de la ciudad, era una tarde bella para caminar y pensar, para leer y reflexionar, para salir y conocer al amor de tu vida; era como un día normal de principios de otoño hasta justo en el momento en que sus miradas se cruzaron y aquella melodía que el Compositor había hecho sonar en sus corazones ya no era más una melodía, era ahora una hermosa y sublime sinfonía, tan magnífica que podrían haber jurado estar en el mismo paraíso sin temor a equivocarse, aquél latir sincronizado de sus corazones, la dilatación en sus pupilas, la sudoración nerviosa de sus manos y el agitado respirar denotaban que habían encontrado el amor para el cual estaban ellos destinados desde el principio de los tiempos. Difícilmente podían moverse, era casi imposible articular un movimiento o pronunciar siquiera una palabra, estaban perdidos en algún lugar entre el Cielo y la Tierra, congelados en el tiempo que aún seguía corriendo a su alrededor sin que ellos lo notaran. Quizás para algún otro habían pasado algunos cuantos segundos pero para ellos dos, era sencillamente una eternidad la que pasaron contemplando sus almas a través de sus miradas.
Después de toda una era de conocerce en diez segundos y saber que aquello que sentían era simplemente el despertar de sus almas que habían esperado tanto tiempo por encontrarse, significaba para ellos el liberar toda esa pasión contenida por décadas de espera. Él se acercó a ella con pasos lentos pues no podía despegar su mirada de aquellos ojos tan femeninos, negros como hermosa obsidiana y llenos de un fulgor que podría enceguecer a cualquiera; con cautela y determinación avanzó aquellos metros que los separaban, que parecían no existir y jamás haber existido.
Él, tenía apenas unos diez centímetros más que ella, el sol le había dejado su bendición en la piel y su cabello oscuro como la negra noche; ella con su piel tan tersa que un durazno la podría envidiar y con un tono trigueño que la hacía perfecta, su cabello liso como finos hilos de pasión rojiza; su aroma golpeó la nariz de aquel amante suyo con una delicadeza que lo hizo volar por los cielos y estrellarse contra el amor al mismo tiempo. Así, él tomó aquellas manos suaves como la seda y pudo sentir que no solamente él temblaba ante aquello que sentían más grande incluso que el mundo mismo; levantó la vista y vio cómo los labios rosados y carnosos se separaban entre ellos mientras un ligero rubor se notaba en ese rostro hermoso, tanto como la más bella luna de invierno.
Acercó su rostro al de ella, sin embargo ella guardaba un miedo y volteó su rostro ligeramente a su derecha; ese era un miedo de que todo aquello fuese solamente una ilusión pasajera y que ese mundo detenido era sólo un juego de su imaginación traicionera. Fué ahí que escuchó por primera vez la varonil voz de él que le decía con dulzura al oído "No temas, esto es mayor que nosotros mismos y no podríamos, aunque quisiéramos, evitarlo". Sintió cómo su corazón se estremecía y latía hasta querer salir para fundirse con el corazón de su amado. Sin más, sus mejillas se conocieron y sus labios quedaron a centímetros, buscáronse y uniéronse en un beso tan tiernamente pasional que el poema que el gran Escritor había predestinado con su propio puño y letra al fín, finalmente tenía un comienzo, uno que jamás conocería el fin.



Néstor Sánchez Véjar

1 comentarios:

abi dijo...

simplemente hermozo!